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Científico peruano logró descontaminar importante laguna de Huaral

sábado, 31 de mayo de 2014 , Posted by sincensuracanete.blogspot.com at 18:29




Busca que las futuras generaciones disfruten lo mismo que él, cuando fue pequeño. Marino Morikawa es un peruano que se fue a Japón para estudiar en la Universidad de Tsukuba. 


Sin embargo, su padre le contó que el humedal de Huaral donde pasaron maravillosos momentos juntos como pescar, se encontraba contaminado y planeaban cubrirlo, para convertirlo en tierra de cultivo. 

Retornó a Perú y se comprometió en recuperar este lugar tan especial para él. Trabajó desde las 06:00 am. luego de algunos meses descontaminó el humedal y 70 especies de aves y tres de peces retornaron. Ahora tiene dos proyectos en mente.

"No es nada imposible es algo sencillo y lo bueno que se está formando el grupo de trabajo. El Río Chira si se maneja en menos de dos años se pude recuperar, el lago Titicaca en seis meses”, dijo Marino Morikawa.

AMERICA TV




MARINO MORIKAWA EL DEFENSOR DEL SITIO QUE A NADIE LE IMPORTA CUIDAR PORQUE NO SE PARECE A UNA LAGUNA AZUL NI TIENE OSOS PANDAS


Una noche de verano de 2011, Marino Morikawa metió en su mochila una linterna, una botella de whisky, un aerómetro y encendió su carro rumbo a El Cascajo. Había decidido acampar solo en un lugar que tenía la fama de ser un fumadero y punto de reunión de ladrones. Morikawa ha sido campeón nacional de karate dos veces, pero esa excursión no era el exhibicionismo de un deportista que desafía el peligro. El enemigo que lo esperaba era una lechuga acuática. El Cascajo, a pesar de tener nombre de cantera, es una albufera en apuros: una laguna de agua salada y dulce que se encuentra entre el río Chancay y el océano Pacífico, y que ha sido invadida por unas plantas hambrientas. Por eso Morikawa ha perdido el sueño. Después de estudiar seis años en Japón, el científico entiende que la naturaleza no es una doncella que espera ser rescatada, que no se puede salvar un ecosistema sin seguir sus reglas. Para salvar la albufera de Chancay, primero necesitaba saber la dirección del viento.

El enemigo que está terminando con El Cascajo se llama Pistia stratiotes, pero se le conoce como lechuga acuática. Una planta invasora que se reproduce ni bien rozan sus tallos con otros y que en los años noventa apareció en la albufera y desalojó a las aves, peces y flora que ahí vivían. No se sabe con exactitud cómo esta planta oriunda de África llegó al Perú, pero se sospecha que algún ave inocente haya traído semillas en sus patas. Las lechugas forman una sábana verde que se extiende en medio de la tierra. El color de sus hojas abriría el apetito si estuviesen en un plato de ensalada. Algunos miembros de la comisión ambiental del Concejo de Chancay, abogados y administradores que además son dueños de chacras, creen que son plantas típicas de la zona y las defienden. Pero las lechugas no engañan a Morikawa. Él sabe que aunque parecen reposar inofensivas sobre el agua, están asfixiando la albufera. Impiden el paso del oxígeno y oxidan las filtraciones del mar y del río. Matarlas no es la solución. El cadáver de una lechuga acuática se sedimenta y se convierte en lodo. En menos de dos décadas han secado la mitad de El Cascajo. El científico no tiene tiempo que perder, tampoco tiene ayuda. Es él solo contra una plaga verde. Por eso ha enlistado a las fuerzas de la naturaleza, por eso se desveló. Morikawa corta las apretujadas lechugas de tal forma que la corriente de aire las sople fuera del humedal. Ahora él no tiene que subir al bote y entrar al agua a arrancarlas; el viento le acercará a sus enemigas.

En el mundo occidental, la palabra kamikaze se usa para señalar a alguien que elige lanzarse a un acto suicida. Pero según su origen japonés significa «viento divino». Morikawa es un peruano de ascendencia oriental que se ha convertido en un guerrero solitario. Su primer aliado para vencer a las lechugas acuáticas ha sido el viento. Y le cuesta conseguir más. Hace menos de cincuenta años los ambientalistas decidieron que toda reunión de agua sobre la superficie de la tierra es un humedal. No hay dos iguales en el planeta, pero el de Chancay, un distrito de la provincia de Huaral al norte de Lima, mezcla agua salada con agua dulce. Es un ecosistema único que a nadie parece importarle. No puede competir con sus pares mundiales que también reúnen agua de río y mar. Salvarlo no es tan prestigioso como proteger al lago Baikal en Rusia. Ese humedal es un Patrimonio de la Humanidad, una reserva tan significativa de agua que si se vaciara por completo, tomaría un año volver a llenarlo utilizando el agua de todos los ríos del mundo. Cuando baja el caudal se puede entrar caminando a El Cascajo. No tiene agua suficiente para cubrir a un adulto. Tampoco parece un negocio rentable como el Gran Lago del Oso en Canadá, ubicado entre pinos y nevados, y con más de mil especies de aves es una de las rutas ornitológicas más famosas del mundo. En El Cascajo ahora sólo descansan aves grises.

Unos meses antes de que Morikawa midiera el viento de Chancay, la alcaldía había decidido secar la albufera. Aunque la medida pueda parecer un ataque al medio ambiente, en realidad era un pañuelo blanco. Las autoridades se rendían ante la amenaza verde. Con sus manos habían extirpado lechugas para despertar al día siguiente y ver que la operación había sido en vano. La albufera a primera vista era un desperdicio de espacio y un hervidero de bacterias. Mantenerla resultaba una molestia innecesaria. Pero cuando Morikawa se enteró de la decisión de la alcaldía a finales de 2010 compró un boleto de avión y viajó veinticinco horas desde Japón para visitar el ecosistema que tenía los días contados. Dos años y veinte pasajes después, el científico me recibe en casa de sus padres en Huaral. Frente a una vitrina repleta de muñecas orientales con vestidos de colores, se sienta Morikawa. Viste un jean y una camiseta demasiado planchados para ser ropa deportiva. Habla español pero sella el nombre de las personas con ‘san’, el sufijo respetuoso de los japoneses. Es un hombre de ciencia que cuando le preguntan por qué le importa tanto la albufera no tarda ni treinta segundos en abandonar las razones científicas para pasar a las personales. Dice que por su padre quiere tanto El Cascajo. Que el señor Morikawa siempre ha sido muy correcto, muy estricto, muy oriental y que los paseos de fin de semana en El Cascajo son los momentos de amistad padre-hijo que él recuerda. Morikawa es un científico que intenta proteger un ecosistema, pero sobre todo es un hombre que defiende un recuerdo de su infancia igual que los vecinos que protestan cuando un alcalde amenaza con destruir el parque del barrio.

Salvar el planeta podría ser una cuestión de nostalgia. Ingrid Newkirk, la fundadora de Peta —la organización más radical de protección de los animales—, decidió pelear por ellos cuando su vecino se mudó y abandonó a una docena de gatos. Ella los alojó en su casa pero no podía controlarlos, así que los llevó a un albergue. Días después fue a visitarlos y no pudo verlos: habían matado a los doce. Newkirk nunca olvidó a esos cachorros. Morikawa quiere salvar el lugar donde nadaba de niño con sus primos mientras su padre y tíos pescaban. Quiere que El Cascajo sea otra vez un espejo de agua en el que chapoteen tilapias y carpas. Quiere que se vayan las aves de carroña y regresen esos pájaros rosados que hacen equilibrio en una pata y que están grabados en su memoria. Morikawa dice que no dormirá tranquilo hasta que vuelvan los flamencos a Chancay.

Cuando el científico fue a pedir permiso al alcalde para salvar el ecosistema del barrio, lo asustó. «Estás loco. Acabarás con sarna como los demás», le dijo. A Morikawa eso no le preocupaba. Como químico-farmacéutico sabía con qué jabón carbonatado bañarse al salir de El Cascajo. Pero la advertencia no era una exageración. Los índices de contaminación de la albufera iban contra cualquier norma de sanidad. Por eso las lechugas acuáticas no se quieren ir. Sus raíces son como esponjas que absorben los contaminantes del agua. En uno de sus primeros recorridos por la zona, Morikawa vio un hocico que se asomaba a la superficie. En lugar de peces, había cerdos que flotaban en la albufera. Junto con las plantas invasoras, llegaron los porcicultores a la zona, y la excreta y la orina de sus animales. La alcaldía había intentado más de una vez reubicarlos sin éxito. Pero después de ver al ‘japonés loco’ caminar solo entre ese manto verde y arrancar lechugas durante días, se marcharon sin pelear. Según Morikawa, ahora son los guardianes del humedal.

La contaminación de la albufera también se filtra. El mar que alimenta El Cascajo recibe el desagüe del distrito de Chancay sin ningún tratamiento. El sistema de alcantarillado consiste en unos buzones de agua que desembocan en el océano. El agua oscura y densa que se mezcla con la marea quita las ganas de volver a comer un plato de ceviche. Y a veces el agua de alcantarilla cae de manera más directa a la albufera. Cuando la marea sube, los buzones se tapan y explotan. «La mierda sale volando», explica un trabajador de la zona, y la ausencia de asco en su rostro permite adivinar que ya le ha tocado experimentar uno de esos desagradables baños. La suciedad ha enterrado la belleza de un ecosistema, y por eso durante veinte años a nadie le importó verlo agonizar.

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