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SIN CENSURA

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lunes, 28 de septiembre de 2015 , Posted by sincensuracanete.blogspot.com at 20:42

El verbo “chapar” en el sentido de agarrar es un coloquialismo que solo se utiliza en el Perú y Uruguay, según el DRAE. Pero solo en el Perú, hasta donde sé, significa también, tanto “chapar” como “agarrar”, tener un intercambio erótico de besos y caricias sin llegar al coito. Esta curiosa polisemia, en donde la misma palabra designa el acto de coger (cuyo significado también varía según el país, pues en Argentina, por ejemplo, significa precisamente ese coito que nuestro chape elude) y el de besarse con apasionamiento, apunta a la ambivalencia que sentimos los peruanos respecto de nuestros gobernantes, así como ante quienes aspiran a serlo.
 
La reciente encuesta de GfK, publicada por este diario el domingo, proporciona algunos datos relevantes para entender esta disposición afectiva nacional. El 90 % de los encuestados piensa que en el Perú no hay un político totalmente honesto. Al mismo tiempo, el 73 % afirma que la honestidad es muy importante para decidir por quién votar. ¿Esquizofrenia? ¿masoquismo? ¿pragmatismo? Un poco de cada cosa.
 
No es preciso ser esquizofrénico, una grave y dolorosa patología, para recurrir al mecanismo de defensa de la escisión. Este consiste en separar en compartimientos estancos afectos o representaciones que coexisten, aún cuando sean contradictorios. Esta conveniente división nos permite a los peruanos sobrevivir en un entorno tan contaminado como el que la citada encuesta muestra. 
 
Pero no sin un elevado costo psíquico.
 
El cual se muestra en actitudes como el éxito de la campaña “chapa tu choro”, que apela a los impulsos más primarios, es decir infantiles y desamparados, de cada uno de nosotros. Los mismos que se ponen en marcha, bajo la poderosa combinación de la ambivalencia y la escisión, en el momento de elegir a nuestras autoridades. Pero también cuando comprobamos –lo que ya sabíamos pero no pensábamos– que la honestidad no era uno de sus atributos.
 
Por eso produce un goce perverso ver al Presidente y a la ubicua Primera Dama, caer en llamas en las encuestas (12 y 10 % de aprobación, respectivamente, en la de GfK). Es perverso porque, al ser una profecía autocumplida, encubre una amargura asociada a la desesperanza. Yo tenía razón: eran lobos con pieles de cordero. En consecuencia, nosotros los elegimos porque eran el mal menor y ahora nos dirigimos hacia la persona de la cual ellos debían supuestamente rescatarnos. Nuevo goce perverso garantizado.
 
Asumamos de una vez nuestra ambivalencia: queremos chapar al choro y chapar con él (o ella). Decimos que nos importa mucho la honestidad pero todos nuestros gobernantes tienen alarmantes indicios de lo contrario. ¿Hay una atracción fatal encubierta hacia los chicos y chicas malas? Los pragmáticos dirán que es lo que hay. Pero acaso los pragmáticos no dirán que eso es lo que hay en ellos mismos. ¿Cuál es el límite de este descenso hacia nuestras partes más oscuras? Ojalá tengamos el tiempo de averiguarlo. Cuando se juega con fuego, como lo probó la tragedia de la discoteca Utopía, los resultados pueden ser funestos.

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